dilluns, 12 d’abril del 2010

Hambre tecnológica


A lo largo de los siglos, la historia se ha caracterizado por distintas etapas. La humanidad sobrevivió a la edad de piedra, los humanos aprendieron el lenguaje, crearon comercios, sufrieron las guerras medievales y llegaron hasta la modernidad. Después de todos los contratiempos y evoluciones en la civilización, el mundo se adentra en los principios de un siglo XXI, que promete ser la era de la tecnología. En primer lugar, apareció Internet como el gran fenómeno innovador que cambió las formas de comunicación a nivel universal. A continuación lo siguió la telefonía móvil, y hoy en día ya se cuenta con las redes sociales, los chats y los libros electrónicos. Es indudable que tales inventos son resultado del progreso y de la búsqueda de una mayor comodidad. ¿Pero realmente estamos avanzando? ¿Qué ha sucedido con las formas de comunicación tradicionales? Sin darnos cuenta, parece que hemos dicho adiós al romanticismo de escribir cartas, sustituyendo la personalidad de la letra escrita por grafías electrónicas completamente homogéneas. También hemos dejado atrás los cafés de los domingos por la tarde, pues la gente prefiere “cafetear” con desconocidos misteriosos y atractivos que conocen a través de una pantalla de plasma.

Estas tecnologías se han convertido en unas bases fundamentales para la evolución de la sociedad. Por ejemplo, esto se observa claramente con el éxito del iPad, del que se vendieron entre 600.000 y 700.000 ejemplares tan sólo en el primer fin de semana. Ante esta situación, la consultora Pipper Jafray ha augurado que en un año se pueden llegar a vender más de 6 millones de unidades. ¿No es esto un reflejo del deseo de la sociedad? Junto al iPad, dispositivos como los iPhone o las Blackberries llenan los mercados y se apoderan de las mentes de los consumidores. Hoy en día existen dos opiniones contrapuestas, aquéllos que aún se arraigan a la simplicidad de los móviles, con sus melodías polifónicas, o los amantes de los diseños revolucionarios y los chats en telefonía móvil. Los debates entre tecnologías han llegado hasta las redes sociales, donde usuarios crean grupos para manifestarse. Encontramos el I miss those simple days when blackberries and apples where just fruits, donde se juega con las palabras y su significado en inglés. ¿Hemos llegado a equiparar un simple teléfono con un producto de primera necesidad? Sí. Apple, BlackBerries… todos llevan nombres de alimentos. Parece que más que un accesorio, las tecnologías comienzan a ser vitales. Existen otros grupos, como el No tengo BlackBerry, pero conservo mi personalidad, creado el 2 de abril, y que ya cuenta con más de 300 seguidores en España.

Pero tales invenciones también han aportado grandes beneficios, como es el caso de Olivia Norman, una mujer ciega de 25 años, que, gracias a los programas de lectura de los dispositivos Apple, es capaz de leer en diversos formatos: “De verdad, esto es algo importante, mi vida ha cambiado gracias a Steve Jacobs”. Ante estos hechos, ¿cómo alguien puede ir en contra de las nuevas tecnologías? Y este es tan solo uno de los millones de casos que se han visto favorecidos. Es indudable que el éxito de todos estos aparatos no ha caído del cielo.

No obstante, el uso reiterado de móviles, chats y redes sociales está generando una alta dependencia y una estandarización de las personalidades. Anteriormente, la gente se diferenciaba a través de la escritura, de las cartas, de la manera de hablar y comunicarse. Baudelaire no era Góngora, ni Góngora era Quevedo. ¡Sólo faltaba la llegada de un nuevo lenguaje! Y eso es exactamente lo que ha sucedido. Con el nacimiento de la mensajería instantánea, sea a través de teléfonos móviles como por ordenadores, se hizo necesario crear un nuevo tipo de escritura; más fácil, rápido, en fin, más instantáneo. Sí, también se puede añadir que más cómodo. Sin embargo, el gran problema es que cualquier forma de comunicación pierde su gracia. En este mundo en que todo parece un “sin sentido” por sus cualidades estándares, comienza a surgir esta nueva moda que consiste en personalizar excesivamente. Ahora las cámaras fotográficas vienen en cinco colores distintos: rosa para las chicas, el negro para el hombre, el rojo para los atrevidos, y el amarillo para los más retro. Y lo mismo sucede con los móviles o los famosos chats. ¿Quieres ser único? ¡Cámbiate el perfil del Facebook! ¡Cámbiate el color del Messenger, y ponte una fotografía para diferenciarte! Mientras, al final, nadie es distinto. Todos nos cambiamos el perfil, subimos fotografías, y nos unimos a los mismos grupos que nuestros amigos. Sino, ¿qué sentido tienen los grupos? Y las tecnologías que antes parecían únicas pasan a ser simples elementos del día a día. Anteriormente las cámaras Reflex solían ser de profesionales, especializadas para un tipo de individuos expertos en fotografía. Ahora, redes sociales como Facebook se llenan de grupos como Modernas que utilizan la Reflex para hacer sesiones a otras modernas, o Modernas que sólo saben usar el modo automático. Y, lo más gracioso, es que todos nos hacemos admiradores de esas páginas.

Esta homogeneidad de la tecnología ha llevado a cada ser humano a ser igual que su vecino. Estamos en las mismas redes sociales, hablamos en un lenguaje pactado, instantáneo, rápido. Todos utilizamos Mac, Pc, o tenemos BlackBerry o iPhone, o una cámara digital, adentrándonos cada vez más en una perenne hambre tecnológica.