dijous, 22 de maig del 2008

Como un sueño


En el anden de la parada Bonanova tan sólo hay una veintena de personas esperando a las ocho y cuarto de la mañana. Cada una de ellas está pensasitiva. Cada una de ellas está sola. Llega el tren, y todos los pasajeros se levantan casi al unísono. Entramos.

El metro. Éste es el lugar donde de conviven las grandes miradas. Así como en el anden los individuos no se miraban apenas, aquí, dentro del metro eso es imposible. El espacio, reducido, hace que tu mirada se cruce infinitas veces con personas desconocidas. Al entrar, los pasajeros que se encuentran dentro pasan a observar a los recién llegados. Una mujer que ha entrado en el mismo vagón que el mío se precipita hacia un asiento libre. Parece como si hubiera visto de antemano el asiento. Agradece que la dejen pasar a los que están a su alrededor que la dejen sentar. La sonrisa en su boca no falta.

Dado que el metro está bastante lleno -todos los asientos están ahora ocupados en mi vagón- decido apoyarme en una de las puertas. Como estoy de pie y no tengo nada que leer ni música que escuchar, presto atención a lo que me rodea. Unos leen. Otros, sobre todo jóvenes, se encierran en su mundo, el mundo de la música. Otros simplemente miran. Pero la mayoría de pasajeros está leyendo los periódicos gratuïtos; cada uno de ellos lee uno en función del que se hayan encontrado o en función del que le hayan dado en la boca del metro. Sin embargo es una lectura poco profunda porque a cada ruido estridente o en cada parada, la vista se abalanza sobre el prójimo; es decir, sobre el otro, sobre el desconocido. Todos, los lectores, los curiosos o los insimismados, acaban mirando a alguna persona de las que le rodean. Pero eso no es todo porque al mirar nuestros pensamientos se disparan. No hace falta las palabras para comunicarse. La ropa, el rostro o la mirada dicen mucho de una persona. La bolsa de deporte que lleva el hombre a mi izquierda sugiere que no entra a trabajar a primera hora. Delante suyo hay una mujer de corta edad, ésta le mira; otro cruce de miradas, otro pensamiento. Cuando uno observa, imagina, fantasea. Por eso el metro es uno de esos sitios en los que la imaginación alcanza su punto máximo. Todos son desconocidos, todos tienen su propia vida. Y todos tienen otra vida, la vida que el observador proyecta en ellos. En el metro, los individuos sueñan con la vida de los que tienen al lado.

De ahí que el metro sea como un sueño, porque al fin y al cabo, todo es fantasía.