Se dice que las mejores obras que Charles Chaplin escribió a lo largo de su icónica trayectoria fueron aquellas que poseían una implícita burla hacia la sociedad americana macartista. Fruto de su gran éxito se vio obligado a exiliarse a la neutralidad de las tierras suizas y a pesar de ello, unos años más tarde sería galardonado con un Óscar.
Parece ser que hoy en día, la práctica del desperdicio continua vigente. Tenemos crítica para valorar y reconocer aquello que es contundente y potencial pero preferimos decantarnos por una tranquilidad casi sumisa para evitar cualquier indicio que nos desvíe de nuestro pequeño trocito de pastel, o dadas las circunstancias, de nuestras migajas. Así de la misma manera continuamos teniendo bajas substanciales como es la pérdida de un Gabilondo, la fuga de cerebros hacia otros países donde la palabra ‘siesta’ no ocupa lugar en su diccionario y el espanglish está ya superado. Aquí al emprendedor le llaman utópico y al autómata, esperanzador. Esta autoestima y cadencia de vida es la que nos lleva a tener que acatar los planes de la resabiada voz alemana. Si nos paramos a pensar, la medicina no nos ha salido tan cara, un billete de avión, una noche de hotel y las palabras mágicas: productividad. Se pronuncia rápido pero se digiere con ciertos tropezones que plantean que vamos a ser nosotros mismos quienes elijamos el sueldo que queremos tener dependiendo de las neuronas que estemos dispuestos a gastar en nuestro trabajo. Si por fin se supera el pánico escénico que España padece ante el cambio y se aplica la reforma podremos considerarnos un poco más beneficiarios de nuestra labor y responsables de nuestros errores.
Para unos resultará un símbolo de avance y equilibrio, para otros se convertirá en la cuesta de enero interminable. Por consiguiente aparecerán nuevas desigualdades pero esta vez serán de carácter natural y voluntario. No esperemos a una segunda caza de talentos y no desperdiciemos con los que, de momento, contamos.
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