Azúcar. Chocolate. Perfume de rocío. Olor a nubes de lluvia. Barcelona celebraba el 23 de abril con multitudes que paseaban por sus calles concurridas de olores entremezclados. Junto a las atractivas rosas de todos los años, los tenderetes se adornaban con galletas, pasteles, dulces y flores de caramelo que hacían brillar los ojos de los transeúntes.
Este año, Sant Jordi se había diversificado. Anteriormente las rosas y los libros eran el centro de la diada, pero ahora todo había cambiado. La esperada fecha servía de motivo para poner a la venta todo tipo de creaciones; artísticas, manuales y alimenticias. El símbolo de la rosa se había transformado en un perfecto icono de marketing. Ya no se regalaba únicamente la flor con el aroma fresco en un papel transparente. Ahora las calles de la ciudad se vestían con pendientes, anillos y pulseras de amplios colores, tamaños y versiones. Madres con sus niñas pequeñas y adolescentes coquetas se detenían extasiadas ante esas “maravillas”. Algunas se quedaban boquiabiertas, mientras otras se dedicaban a probarse todo el conjunto de joyería. Junto a esto, también destacaban las pinturas o los puntos de libro manuales que llevaban la rosa grabada. Así, los transeúntes compraban todo tipo de añadidos para adornar sus libros o rosas de regalo.
Para alegrar el día, en algunos de los tenderetes de Plaza Cataluña se habían instalado altavoces, en los que se escuchaban los “hits” del momento. Cantantes como Keysha, con su popular Tick Tock, acompañaban a los libros que esperaban ser comprados. Con la música a todo volumen, algunos bailaban al son de la percusión, otros cantaban, mientras el resto hojeaba los best-sellers expuestos, completamente ajenos a lo que sucedía en el exterior de las páginas. Los nombres que más se escuchaban eran los de Xavier Bosch con Se sabrà tot, Enrique Vila-Matas con Dublinesca, o Toni Oresanz, por su libro de cuentos El falsari.
Como todos los años, el amor se extendía a lo largo de las aceras de la ciudad. Las parejas paseaban cogidas de la mano, con ojos de admiración hacia sus acompañantes. Eran miradas perdidas en su propio reflejo, que parecían sumergidas en el intenso perfume de azúcar y rosas que adornaba Barcelona.
Ni las nubes ni la lluvia pudieron arruinar la felicidad de los transeúntes, quienes sonreían, danzaban y se adentraban en libros de alegría. En Paseo de Gracia y Rambla Cataluña algunas vendedoras se recogían los cabellos con flores y lazos rojos, decorando el ambiente de una sensación primaveral. A última hora de la tarde, Barcelona se llenaba de lectores ávidos, escritores, reporteros, fotógrafos, jóvenes y ancianos que no parecían cansarse de reconocer las aceras de Barcelona. Y todo el ambiente se sumía en este perfume de primavera, de pasteles, dulces, azúcares y olores de rosas frescas.
Este año, Sant Jordi se había diversificado. Anteriormente las rosas y los libros eran el centro de la diada, pero ahora todo había cambiado. La esperada fecha servía de motivo para poner a la venta todo tipo de creaciones; artísticas, manuales y alimenticias. El símbolo de la rosa se había transformado en un perfecto icono de marketing. Ya no se regalaba únicamente la flor con el aroma fresco en un papel transparente. Ahora las calles de la ciudad se vestían con pendientes, anillos y pulseras de amplios colores, tamaños y versiones. Madres con sus niñas pequeñas y adolescentes coquetas se detenían extasiadas ante esas “maravillas”. Algunas se quedaban boquiabiertas, mientras otras se dedicaban a probarse todo el conjunto de joyería. Junto a esto, también destacaban las pinturas o los puntos de libro manuales que llevaban la rosa grabada. Así, los transeúntes compraban todo tipo de añadidos para adornar sus libros o rosas de regalo.
Para alegrar el día, en algunos de los tenderetes de Plaza Cataluña se habían instalado altavoces, en los que se escuchaban los “hits” del momento. Cantantes como Keysha, con su popular Tick Tock, acompañaban a los libros que esperaban ser comprados. Con la música a todo volumen, algunos bailaban al son de la percusión, otros cantaban, mientras el resto hojeaba los best-sellers expuestos, completamente ajenos a lo que sucedía en el exterior de las páginas. Los nombres que más se escuchaban eran los de Xavier Bosch con Se sabrà tot, Enrique Vila-Matas con Dublinesca, o Toni Oresanz, por su libro de cuentos El falsari.
Como todos los años, el amor se extendía a lo largo de las aceras de la ciudad. Las parejas paseaban cogidas de la mano, con ojos de admiración hacia sus acompañantes. Eran miradas perdidas en su propio reflejo, que parecían sumergidas en el intenso perfume de azúcar y rosas que adornaba Barcelona.
Ni las nubes ni la lluvia pudieron arruinar la felicidad de los transeúntes, quienes sonreían, danzaban y se adentraban en libros de alegría. En Paseo de Gracia y Rambla Cataluña algunas vendedoras se recogían los cabellos con flores y lazos rojos, decorando el ambiente de una sensación primaveral. A última hora de la tarde, Barcelona se llenaba de lectores ávidos, escritores, reporteros, fotógrafos, jóvenes y ancianos que no parecían cansarse de reconocer las aceras de Barcelona. Y todo el ambiente se sumía en este perfume de primavera, de pasteles, dulces, azúcares y olores de rosas frescas.
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